Me invitan a embanderar mi casa... como adhesión a los festejos del bicentenario.
Siento que embanderar la casa significa avalar un estado de las cosas que no me gusta, no me representa, no me contiene.
Siento que poner una bandera, porque si nomás, es bastardearla, es quitarle significación.
Mi hermosa bandera celeste y blanca, aquella que me enseñaron de chiquita "no ha sido atada jamás al carro triunfal de ningún vencedor de la tierra" cobija bajo sus alas demasiadas injusticias, demasiadas violaciones, demasiados malos tratos a la tierra y a sus habitantes.
Cobija los glaciares, con su ley.
Los bosques, con su ley tardía.
Las minas a cielo abierto, con su contaminación y su derroche de agua...
Las grandes extensiones de tierra en pocas manos...
El uso indiscriminado de agroquímicos...
Los cauces de agua contaminados...
Las usinas nucleares con dudoso mantenimiento...
La falta de control en los medicamentos...
La injusticia del injusto acceso a la salud...
La injusticia de los pobladores originarios desterrados, hacinados, abandonados.
La injusticia del hambre de muchos...
La falta de control de los alimentos y del agua...
Y así podría seguir, pero ya estoy llorando.
Me duele demasiado esta Argentina del bicentenario como para bastardear la bandera adornado mi casa.